ARTÍICULOS

El microscópico Coronavirus y el fin de los tiempos

Por: Emilio Spósito Contreras

Profesor de Derecho Civil I en la Universidad Central de Venezuela y de Historia del Derecho en la Universidad Monteávila.

Apocatástasis y su tipología

Desde los albores de la humanidad, la noción de tiempo implica ciclos con un principio y, aparentemente, un fin (apocatástasis). El año, la principal expresión de ciclo temporal, coincide con el recorrido que hace la Tierra alrededor del Sol, nuestra estrella, y las vicisitudes que experimenta el clima en ese período, asociado al proceso de la agricultura y las etapas de la vida (nacimiento y muerte). Diversas culturas dividieron y agruparon los años en torno al número doce, esto es, el número de falanges que se pueden contar en una mano indicándolas con el dedo pulgar.

Antiguas civilizaciones como la egipcia, la babilónica, la india o la romana, tuvieron años de doce meses, y el calendario chino, por ejemplo, tiene un ciclo de doce años identificados por el mismo número de animales: rata, buey, tigre, liebre, dragón, serpiente, caballo, oveja, mono, gallo, perro y cerdo. En 2020, la rata dio inicio a un nuevo tiempo para los chinos, marcado por el estancamiento de su crecimiento económico y la guerra comercial con los Estados Unidos de Norteamérica.

Precisamente la rata, aunque respetada en Oriente y con muchos atributos positivos, como la prosperidad y la buena fortuna en los negocios, también simboliza la peste y la muerte. Es popularmente conocido que principalmente la rata negra (Rattus rattus), proveniente de Asia, así como sus pulgas (del orden Siphonaptera), fueron las principales transmisoras de la Peste Negra que sufrió Europa en el siglo XIV y que, según algunas estimaciones, causó la muerte de un tercio de la población mundial[1].

Conocemos muchos inquietantes finales del tiempo: el místico, descrito en el libro del Apocalipsis de Juan de Patmos; el cronológico, ocurrido con cada cambio de era; el atómico, después de una conflagración mundial; el informático, por el error de software que no previó años más allá del 1999; el espacial, por la caída de un asteroide como el que extinguió a los dinosaurios; el climático, por la degradación del medio ambiente producida por la actividad de los seres humanos y, según la fértil imaginación hollywoodense, los provocados por la intervención de robots, extraterrestres, simios, dinosaurios, mutantes, zombis, et cetera. Umberto Eco (1932-2016) en Apocalípticos e integrados[2], hace un magnífico análisis de las relaciones entre medios de comunicación y cultura.

En este escenario tan amenazador, el hombre común en su vida diaria enfrenta la depresión del mercado, los populismos de izquierda y de derecha, el terrorismo, la violencia social, la inseguridad personal, el acoso en todas sus modalidades, las guerras convencionales y las nuevas guerras, las migraciones, la polución, el cambio climático, los alimentos transgénicos, las drogas, la extinción acelerada de las especies, la resistencia a los antibióticos, et cetera. Pero por si todo ello fuera poco, los cambios tecnológicos y la velocidad con la que se suceden, resultan vertiginosos.

En 1994, Robert D. Kaplan (1952) publicó su controversial libro The Coming Anarchy: Shattering the Dreams of the Post Cold War[3], sobre los Estados fallidos como futuros focos de conflicto e inestabilidad mundial. Hace diez años Peter Turchin (1957), profesor en la Universidad de Connecticut y experto en modelos matemáticos de procesos sociales a largo plazo –algo parecido a la “psicohistoria” inventada por Isaac Asimov (1920-1992) en su Ciclo de Trántor– advirtió a la revista Nature sobre la década de los ‘20 como el momento de máxima inestabilidad social y violencia política en el mundo[4].

Armagedón y sus efectos

Superando todos nuestros miedos y fantasías, coincidiendo con gigantescos incendios, la mayor plaga de langostas de las últimas décadas y la luna nueva más próxima entre el solsticio de invierno y el equinoccio de primavera de 2020, es decir, el año nuevo chino, se desató la pandemia identificada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como Covid-19. Originada en la ciudad china de Wuhan por el consumo de alimentos que en el Islam podríamos calificar de haram o prohibidos (como murciélagos, culebras o pangolines), los humanos se contagiaron de una nueva cepa de coronavirus, fácilmente transmisible y con una mortalidad en el orden al 4%.

Desde uno de los más importantes centros industriales del mundo, la enfermedad de China se fue extendiendo por sus principales rutas comerciales y de pasajeros: la ruta de la seda. Es así como el virus, del gigante asiático, la cercana Corea del Sur y Japón, pasó a Irán, llegó a Europa, extendiéndose rápidamente por Italia, España, Francia y Alemania, así como a América, principalmente a través de los Estados Unidos, para terminar alcanzando en pocos meses a un mundo totalmente globalizado.

La naturaleza autoritaria del gobierno de la República Popular China, determinó la alarma y las características de la respuesta sanitaria: después de un inicial secretismo, se cerraron a cal y canto populosas ciudades, se impusieron férreos controles al tránsito de las personas dentro de ellas y se reunió compulsivamente a los contagiados en hospitales-cárceles construidos en apenas pocos días. El control a través de las redes sociales fue clave en la determinación y seguimiento de los contagiados. Después de un frenético invierno, las estadísticas parecen reflejar y la propaganda se encarga de difundir, resultados positivos.

Por oposición, en Occidente las formas políticas y sus efectos sociales parecen haber dificultado, sobre todo al principio, la adopción de medidas extremas como en China, con resultados calamitosos en países como Italia. Como lo explica bien Hannah Arendt (1906-1975) en Los orígenes del totalitarismo[5], ante el dramático espectáculo de contagiados y muertos, la misma opinión pública presionó a los gobiernos para que fueran más centrados, ejecutivos y enérgicos. Como resultado, además de lo visto en China, en la generalidad del planeta se suspendió el tráfico terrestre, marítimo y aéreo; se prohibió todo tipo de aglomeración de personas y se confinó en sus hogares a toda la población.

Aunque las grandes potencias compiten por encontrar una cura al Covid-19: Israel, Estados Unidos, Alemania, China, entre otros países, el Instituto Robert Koch de Alemania, estima que la pandemia permanecerá entre nosotros por al menos dos años, avanzando por oleadas. Este tiempo es suficiente para causar una huella profunda en la economía, la política, la cultura, en definitiva, un período, en los parámetros de hoy, más que suficiente para configurar un caos en el cual se desaten todos los demonios.

Los resultados de tales medidas, independientemente de su efectividad sanitaria, han supuesto un inmenso descalabro económico: descenso de la producción, cierre de empresas, aumento del desempleo (unos 25 millones de desempleados según la Organización Internacional del Trabajo, OIT), caída de las bolsas, de los tipos de cambio, del Bitcoin, del precio del petróleo, del oro, et cetera. A la par, con importantes efectos financieros, se han querido generalizar prácticas como el teletrabajo o el e-comerce. En toda industria, la experiencia del Covid-19 debería ser determinante para robotizar sus operaciones, precipitando el mundo descrito por Klaus Schwab (1938) en La cuarta revolución industrial[6].

En materia política, se dispararon los índices de abstención en la primera vuelta de las elecciones municipales francesas del 15 de marzo. La segunda vuelta se suspendió indefinidamente. En España, se cerraron las Cortes, se suspendieron las elecciones en Galicia y el País Vasco, así como el dialogo entre el Gobierno y Cataluña. Por otra parte, se estima que una de las principales causas de contagio en España, fueron las congregaciones de personas por las manifestaciones a favor de los derechos de las mujeres, del día 8 de marzo. Lo mismo puede decirse de las marchas convocadas en Venezuela tanto por el Gobierno como la oposición para el 10 del mismo mes. La agobiada política tradicional, pero también los falsos profetas se ven afectados por igual: irreverentes, nacionalistas, feministas o ambientalistas como los descritos por Moisés Naím (1952) en El fin del poder[7].

Pero quizás el impacto más importante recaiga en el ámbito social. Las escuelas y universidades suspendieron sus actividades. Los museos, teatros y bibliotecas fueron clausurados. Los parques y las plazas fueron cerrados. Estrenos de cine y campeonatos deportivos fueron diferidos hasta nuevo aviso. La Meca no recibe peregrinos y el Papa Francisco bendijo una plaza de San Pedro desolada. Misas durante la Cuaresma y la Semana Santa, están en cuarentena. De la noche a la mañana, lo más humano que tenemos: la reunión con nuestros semejantes y la posibilidad liberadora de hacer masa, se ha esfumado, en la terminología de Elias Canetti (1905-1994) en Masa y poder[8]. He aquí, el fin de nuestro tiempo.

De manera abrupta constatamos que un microscópico virus es capaz de relativizar lo que creíamos más seguro: la evolución, las leyes del mercado, el Estado de Derecho o el desarrollo científico y, aunado al malestar de nuestro tiempo[9], dar el empujón que hacía falta para derrumbar todo el edificio del sistema. Ello no es la primera vez que pasa: como señaló Edward Gibbon (1737-1794), en su monumental obra Historia de la decadencia y caída del Imperio romano[10], Roma llegó a su fin cediendo a la presión de su propio peso.

Parusía y sus oportunidades

La tendencia al aislamiento a la que nos veíamos compelidos por el entorno, se ha exacerbado con el confinamiento sanitario. Solos, en pequeños grupos de amigos –como Pampinea y sus compañeros en la obra de Giovanni Boccaccio (1313-1375) Decameron[11]–, o en el mejor de los casos en familia, hemos roto –o al menos suspendido– nuestros mayores lazos sociales. El Estado, la región e incluso la ciudad, nos resultan realidades cada vez más lejanas e impotentes ante nuestras necesidades. El sentimiento general frente al manejo de la crisis por las autoridades es de frustración o de insatisfacción.

Vale resaltar el artículo escrito por el del premio Nobel de literatura (2010) Mario Vargas Llosa (1936): ¿Regreso al Medioevo?[12], en el cual el arequipeño resalta la vida como valor fundamental de la humanidad y la falta de libertad como el principal impedimento para su protección y conservación. En el mismo sentido, así como en estos días se ha percibido un mejoramiento de la calidad del aire en las grandes ciudades y el agua de los canales de Venecia, el “reinicio” del sistema nos ha puesto en la situación de replantarnos, al borde de la desesperación, los grandes temas de nuestra existencia.

El “regreso” sugerido en el título del artículo de Vargas Llosa resulta especialmente interesante a la idea de tiempo que manejamos. Frente al tiempo lineal lleno necesariamente de temores frente a la proximidad del fin, se opone el tiempo cíclico, que nos pone a prueba y nos permite aprender y recomenzar. El Derecho tiene mucho que decir al respecto. Mircea Eliade (1907-1986), en su obra El mito del eterno retorno. Arquetipos y repetición[13], de alguna manera advierte que en nuestro tiempo histórico carecemos de las herramientas “míticas” para renovar el tiempo –el fin del año 2019 o del año del cerdo no significó nada trascendental–.

Quizás la pandemia que ahora padecemos sea la oportunidad que la humanidad esperaba para una renovación sobre nuevos valores, menos materialistas y más espirituales.

[1] Cfr. Ole J. Benedictow, La Peste Negra, 1346-1353: La historia completa, traducción de José Luis Gil Aristu, Akal, Madrid, 2011, 592 pp.

[2] Traducción de Andrés Boglar, Tusquets Editores, Barcelona, 1995, 368 pp.

[3] Vintage, New York, 2001, 224 pp.

[4] Cfr. Peter Turchin, (04-02-2010), Political instability may be a contributor in the coming decade, en Nature, disponible en https://www.nature.com/articles/463608a.pdf, consultado el 17-03-2020.

[5] Traducción de Guillermo Solana Díez, Alianza Editorial, Madrid, 2006, 696 pp.

[6] Portfolio Penguin, Londres, 2017, 192 pp.

[7] Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia, Debate, Barcelona, 2013, 440 pp.

[8] Traducción de Horst Vogel, Alianza Editorial, Madrid, 2013, 688 pp.

[9] Cfr. Emilio Spósito Contreras, (21-11-2019), El malestar en América Latina, en Blog de Derecho y Sociedad, disponible en http://www.derysoc.com/blog/el-malestar-en-america-latina/, consultado el 19-03-2020.

[10] Traducción de José Sánchez de León Menduiña, 2 tomos, Atalanta, Madrid, 2012.

[11] Edición al cuidado de Vittore Branca, Giulio Enaudi editore, 2 volúmenes, Turín, 1992, CXXI-1362 pp.

[12] En El País, disponible en https://elpais.com/elpais/2020/03/13/opinion/1584090161_414543.html, consultado el 17-03-2020.

[13] Traducción de Ricardo Anaya, Alianza Editorial, Madrid, 2011, 208 pp.

Loading